No sé que pasa con la guía Oleo. Cuando leo los comentarios sobre un lugar, parece que cada persona ha conocido un resto diferente. Uno dice que estuvo rico, otro que no, uno dice que es caro, otro que es muy barato, uno que las porciones son abundantes, otro que se cagó de hambre. ¿El servicio? Excelente… perdón, el comentario anterior dice que pésimo. ¿La ambientación? Soberbia… perdón rústica… perdón fea…
Esta guía me parece que no orienta a nadie. Nos pierde a todos. La realidad es que ir al restaurante es una experiencia muy personal. Desde el punto de vista del comensal, seguro: una persona que ahorra meses para pagarse una cena en la Bourgogne seguramente no opinará lo mismo que un millonario ultra cansado de la vida y de los palacios. Todos tenemos nuestros prejuicios. A mi, por ejemplo, no me gusta ver los mozos al pedo sentados en una mesa del salón cuando entro, no me gusta el cocinero que se fuma un pucho delante de la entrada, no me gustan los “chivos” gastonómicos tipo cartel “Bodega Fin del Mundo” o sillas “Coca-Cola”, tampoco me gustan las cartas largísimas sospechosas en cuanto a la frescura de los productos. Y sí me gustan, por ejemplo, los cubiertos bien colocados, las lindas copas para el vino, la limpieza del baño, el uniforme impecable del cocinero, las cartas sobrias y directas, sin blabla. Este conjunto de prejuicios influye mucho la opinión, más allá de la calidad real de la comida.
Del otro lado también todo puede cambiar. Un lugar puede ser buenísimo 364 días del año, te puede tocar el día de furia del cocinero. No ha dormido. La novia lo dejó. Tiene las nalgas parpadas qué sé yo. Pero no es un buen día para él y te lo transmite con comidas aproximativas. Y vos no vuelves nunca. Y escribís en la guía Oleo “pésimo” cuando otro mono dice que fue “la mejor comida de su vida”.
Esto pasa con Gabo, uno de los pocos restaurantes colombianos presente en el mercado porteño. En la guía Oleo, algunos los adoran, otros los odian. Yo fui, y la verdad que no entiendo muy bien como algunos comentarios pueden señalar “porciones chicas”. Sí, claro, si vas acompañado con tu perro, un oso y tres tíos tejanos que morfan como ogros bulímicos, podés decir que faltó comida. Para mi solo, me mató la entrada. Y el plato principal casi me dio un infarto.
A ver. No sé nada de comida colombiana. Parece bastante auténtico por el notable esfuerzo de colocar las genuinas denominaciones para cada plato e ingrediente. La presencia de los fatales plátanos, de la yuca o de los jugos de frutas importadas parece mostrar que está todo okay. De ser así, afirmo que la comida tradicional colombiana no es una cosa demasiado acorde a mis gustos personales. El jugo de guanábana, más bien un licuado, estaba muy rico.
La entrada que probé, los aborrajaos, si fuese menos salvaje, podría ser muy interesante: plátano, queso y dulce, rebozados juntos y fritos. Se deja che. El problema es que después se viene el principal. La combinación, en un solo plato (bandeja paisa), de nada menos que 4 ingredientes de tipo feculento (arroz, plátano, frijoles, …) junto a una convivencia infama compuesta de chicharrón, chorizo, carne picada y huevo frito, con una palta perdida en el medio, es una cosa realmente violenta. Un sufrimiento. Pero no soy nadie para juzgar en términos definitivos y generales una cultura gastronómica ajena.
La calidad global de los productos es pasable. Zafa. Nada más. El servicio es flojo, lento, con los mozos sentaditos en una mesa en el fondo (hablaba de mis prejuicios), pero se supo responder a las preguntas obligatorias que uno hace sobre tal o tal palabra colombiana incomprensible (más todavía para un francés con español totalmente argentinizado). Las cantidades, ya lo dije, son kilométricas. Y los precios muy, pero muy honestos. La ambientación: tibia, sin mucha onda, pero con las bases obligatorias del seudo-fashion: sillones violetas y fotos blanco y negro.
A mi me parece que no es un lugar muy Palermo Hollywood y que deberían pensar mejor el marketing. Con una comida tan brutal, deberían abrir en una zona menos piripipi, manteniendo el nivel de precios, y con una ambientación adecuada, tipo cantina rústica colombiana. Que la gente vaya para morfar y morfar, sin parar. O bien entrar en el molde Palermo y disfrazar la bestialidad de los platos reduciendo las porciones, aliviando la oferta, con más pescados, menos fritos, y armar una propuesta más bien “gastronomía colombiana restructurada”, un poco como lo hizo la comida “novo-andina”. Pero ahí, tendrán que mejorar bastante la calidad global (ambientación, servicio, cocina) del lugar. Y quizás habrá más consenso en la Guía Oleo. O no.
Gabo Colombian Restobar
Honduras 5719 - Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Tel: 4778-1293
Tel: 4778-1293
Tipo de comida: colombiana básica
Precio: accesible, se puede comer (mucho) con $40
Mi recomendación: probar. Si tienen el estómago delicado, elegir pescados para evitar las cosas demasiado pesadas.
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