Este lugar ya no es un descubrimiento para los aficionados de los productos orgánicos. La experiencia arrancó hace más de 5 años, bajo la forma de una cooperativa juntando productores “éticos” que garantizan, a un precio “justo” (hay que entender “más barato que Jumbo o Carrefour” ya que la noción de justicia siempre es sumamente subjetiva), una calidad de producto libres de toxinas y explotación humana.
Ahí, la gente puede ir a comprar verduras, quesos naturales, leche no pasteurizada pero fresca, huevos y pollos de campo, aceite de oliva orgánica, licores orgánicos… El lugar, ubicado en el fondo de un pasaje, es pintoresco: casita amarilla, con una terraza par disfrutar de algún plato casero, una huerta al lado. Y dentro del galpón, las tienditas de cada productor socio, una atmósfera un poco “hippie” onda el Bolsón matizado de “bobo actitud” a la manera porteña.
Acá la gente y los cuerpos también son orgánicos: barbas y pelo largos, ropa casera con colores seudo-indios, collares étnicos, seudo-folklore, sonrisas beatas de personas encantadas de si misma y de su modo de vida tan humano y sano. La clientela es así, un poco too much. Un poco falsa. Un poco hipócrita. Claro que no estamos en el mercado de Liniers. Y ni siquiera el de Belgrano. En Buenos Aires, lo orgánico sigue siendo “fashion”. Es una muy buena razón para que más gente vaya a conocer este lugar que lo merece. Todo el mundo puede permitirse de vez en cuando este esfuerzo de conseguir algo un poco mejor.
Los comerciantes acá también son un poco hippie, aunque algo más auténticos que sus clientes. ¿Y qué? ¿Preferirían que la carne la venda un gordito amable y bigotudo con uniforme de carnicero como el de la esquina y no una mina con dread-locks, pantalones verdes y poncho machu pichu? Yo no: este lugar es de quién mojó la remera para crearlo. Hay demasiado pocos lugares así en Capital para quejarse. Los comerciantes de barrio podrían privilegiar la calidad también. Podrían seleccionar los productos. Podrían hacer pan de verdad con harina de calidad. O proponer pollos sin hormonas. O verduras sin pesticidas. ¿Cuantos lo hacen? El galpón orgánico lo hace, es digno de valorar.
Vamos entonces directo a los bifes: ¿vale la pena ir? Sí, obvio. Los precios, lo hemos dicho, son correctos. La calidad se discute un poco más en cuanto a ciertas mercaderías. Muy buenas las verduras: de estación, lindas, ricas, todo bárbaro menos el tiempo de espera ya que mucha gente ya conoce el lugar. Sin embargo es preferible bancarse media hora de espera que comer zanahorias artificiales. ¿Los quesos y lácteos? Recomiendo conformarse comprado solamente materia prima: leche cruda, yogurt, manteca. Los productos más elaborados (mozzarella, quesos aromatizados…) no son tan tan atractivos. Es que la materia prima es fundamental pero no lo hace todo. Un buen queso necesita experiencia, saber hacer, generaciones y cantidades de artesanos formados. Yo no sé hacer buen queso, los distintos productores del Galpón tampoco… ¿Los pollos de campo, las carnes? Buena, se puede confiar. Los aceites, los dulces, las especias? Probarlos. La miel orgánica de Paraná está exquisita.
Para resumir, hay que experimentar, dejarse tentar y probar de todo: tendrán muchas veces muy buenas sorpresas y a veces algunas decepciones (los licores). No pasa nada. Su dinero está bien utilizado: apoya gente que lucha para la Causa. Mejor comida, mejor mercadería, mejores precios.
El Galpón
Federico Lacroze 4171 (el galpón amarillo que se ve bien al fondo de la calle empedrada)
Abierto los miércoles de 9 a 13hs y el sábado de 9 a 18s
Mi recomendación: ojo con el pollo y los lácteos. A veces no queda si se llega tarde.
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