martes, 30 de noviembre de 2010

Los platos onda “brasserie”, la felicidad al alcance del tenedor (2/5)


Segunda receta de la serie, la famosa “quiche Lorraine”. Se trata de una tarta salada, hecha con masa quebrada  con una guarnición de huevos batidos y panceta. El plato es originario de una provincia francesa llamada la Lorraine, en donde los duques ya comían quiche hace siglos (en los orígenes se preparaba con masa de pan).

Quiche Lorraine

Necesitamos:

-         Harina de trigo (250 g)
-         1 yema
-         Manteca (125 g)
-         Agua (5 cucharas)
-         6 huevos
-         Crema de leche (un chorro)
-         Panceta (200g)
-         Nuez moscada
-         Sal
-         Pimienta negra


Paso 1: La masa

Sacar la manteca de la heladera 15 minutos antes de empezar para que se ponga blanda, y cortarla en cubos. Tamizar la harina y formar una corona con la misma. En el medio, colocamos una pizca de sal (una cucharita de café), la yema, la manteca y el agua. Incorporamos de a poco la harina y mezclar en una masa homogénea. Amasar sin exceso para no tener algo demasiado elástico. Formar una bola, envolver en papel film, y guardar en la heladera 20 minutos.

Pasar manteca (con un pincel idealmente) en un molde para tarta de 25cm de diámetro (ojo con las asaderas tipo pizza que son muy grandes y poco ondas, es preferible invertir 15 mangos en un molde más adecuado). Echar un poco de harina en un plan de trabajo, poner también un poco sobre el rollo que van a usar para estirar la masa (si no tienen, la clásica botella de vino funciona perfectamente). Estirar en forma circular para tener un disco de masa ancho como el diámetro del molde, más los bordes. Acomodar la masa en el molde y cortar el exceso. Pinchar unas 20 veces con un tenedor y cocinarla a 180ºC hasta que este cocida pero no dorada. Sacarla y dejarla enfriar. Colocarla en la heladera para enfriar por completo.

Paso 2: los huevos y la panceta

Batir los huevos, agregar un chorro de crema de leche y condimentar con sal, pimienta y nuez moscada.

Cortar la panceta en lardones, es decir en bastoncitos. Si son perfeccionistas los pueden blanquear : ponerlos en una cacerola, cubrir con agua fría y poner a hervir. Retirar y secar. Cocinar los lardones en una sartén sin agregar grasa (ya tienen), hasta que queden bien dorados. Pasarlos en papel absorbente para sacar el exceso de grasa.

Sacar la masa del a heladera. Disponer sobre la masa los lardones cocidos. Cubrir generosamente con la preparación de huevos y crema.

Cocinar al horno (180ºC) hasta que quede la quiche quede bien dorada.

Se puede comer caliente, tibia o hasta fría, acompañada por ejemplo con un mezclum de lechugas. Simple. Espectacular.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Los platos onda « brasserie », la felicidad al alcance del tenedor (1/5)



Hoy en día, la gastronomía parece ser a veces un poco perdida. La mediatización de los « chefs », que salieron de la sombra, nos aleja a veces de ciertas realidades. Trataré en otras notas de expresar lo que pienso del paisaje gastronómico de hoy. Pero hoy quiero iniciar una serie de notas-recetas. En Francia, la « brasserie » es un poco el bodegón porteño. Originalmente se trataba del lugar donde se fabricaba la cerveza. Hoy, la palabra también se usa para hablar de restaurantes de barrio, poco formales, donde se puede comer platos de comida sencilla y tradicional, y por supuesto tomar cerveza (o vino o lo que sea).

En este tipo de lugar, siempre te sirven los mismos platos, los clásicos de siempre. No son nada refinado, nada fashion, nada rebuscados. Sin embargo, estas comidas son pura magia. Te sirven tu plato, acompañado con las eternas papas fritas bien doraditas, y tu panza se pone a gemir. Hay hambre. Hay ganas de comer. La saliva está. La nariz responde al conocido olor de la carne grillada. En aquellos santuarios, nadie te habla de azota líquida o de agar agar. Y la espuma solo la cerveza la tiene. A menudo te agarran las ganas de comer algo rico, sencillo, y punto. Nada más. Comer. Sentir. Morfar. Tocar. Agarrar la salsa con el pancito. El universo de las “brasseries” tiene sus platos míticos, que te matan en el buen sentido de la palabra.

Estas maravillas, se pueden cocinar en casa. Obvio que no tendrás el ambiente de las mesitas con mantel cuadraditos blanco y rojo, no tendrás el “patron” que camina gritando entre las sillas, ni el mozo apurado, ni aquella clientela sencilla y contenta pero bueno. Darse el gusto, de vez en cuando, de cocinar un plato de estos para comérselo en familia, vale la pena.

Ahí va la receta numero 1 :

Tournedos au poivre, pommes de terre pont-neuf

Necesitamos :

-         1 medallón de lomo por persona
-         Pimienta negra
-         Crema de leche
-     Vino blanco
-         Papas
-         Grasa vacuna en buena cantidad, o aceite para freír
-         Sal
-         Si se puede algún fondo casero de buey sería ideal

(Este plato me enloquece. Se puede encontrar en algunos restaurantes de Buenos Aires, ya que se trata de un super super clásico que desde hace muchos años ha pasado las fronteras de Francia. Se sirve en todo el mundo. ¿Será realmente francés de origen ? La verdad ni estoy seguro y no me importa. Está riiiiiico.

El Tournedos, es un medallón de lomo que pesa entre 150 y 200 gramos, tiene más o menos 2 centimetros de espesor y se compra muchas veces envuelto en panceta (eso para permitir que permanezca redondo con la cocción). Aquí lo usaremos sin panceta.

Las papas « pont-neuf », son las clásicas papas fritas pero tienen que estar cortadas en bastones de dimensiones definidas : 1 cm de ancho y entre 4 y 5 cm de largo).

Vamos con la receta. Primero se procesa la pimienta. Directamente en una licuadora o usando un mortar. Se pega la pimienta sobre todo el costado del tournedos : es decir, hacemos adherir la pimienta sobre la carne cruda para que el medallón quede con un « cinturón » de pimienta negra,  sin poner nada sobre los dos lados del mismo. Se envuelve después cada medallón en papel film, y se guarda en la heladera.


Pelamos las papas. Las lavamos. Las secamos bien ya que la papa tiene mucha agua naturalmente, lo que no facilita la fritura (es una paradoja: la papa debe mucho de su éxito a las fritas pero a la vez no es un alimento muy adaptado a este modo de cocción). Las cortamos en bastones gordos, de más o menos 1 cm de ancho. Recomiendo no cortar en bastones demasiado prolijos. Por supuesto que el chef histérico que duerme en cada uno de nosotros los quisiera perfectamente rectangulares, pero en realidad las papas fritas están, en mi opinión, mucho más ricas cuando algunas tienen la puntita crocante. Cuestión de gusto.


Freímos en grasa de vaca. Como los Belgas. Eso es el secreto de la papa frita belga, conocida como la más rica del mundo. La grasa. Terrible para la salud, genial para el gusto. Ustedes eligen. Con aceite se puede también, pero en Argentina por suerte es fácil conseguir grasa entonces aprovechemos esta oportunidad de hacer las cosas bien (pesadas pero bien). Otro secreto: las papas fritas se cocinan en dos tiempos. Primero se « marcan », es decir que las cocinamos en fritura hasta que queden cocidas a dentro y a penas crocante por afuera (150ºC). A esta altura, están todavía blancas. Las sacamos de la grasa y las pasamos en papel absorbente para quitar el exceso de grasa.


En este momento se empieza con la carne. La sellamos de cada lado en un sartén, con un poco de aceite de girasol. O sea, doramos de cada lado, y salamos en cada lado una vez que está dorado. Después se termina la cocción de los medallón al horno, hasta el punto de cocción deseado (tendremos que volver a hablar de este tema en otra nota). En la sartén donde quedo algo de pimienta caída, y también algo de grasa suelta por la carne, “desglazamos” con vino blanco, y  agregamos fondo si lo tenemos, finalizamos con crema. Se deja reducir hasta obtener una salsa bien untuosa.

Se finalizan las papas fritas unos segundos antes de servir, pasando una segunda vez los bastones en la grasa, subiendo un poco el fuego (180ºC), hasta que se doren. Quitamos de nuevo el exceso de grasa con papel y salamos con sal fina. Nada de sal gruesa o de cristales marinos o “flor” de sal. La textura crocante, la papa frita ya la tiene. Es preferible la discreción de la sal fina a mi gusto.

Se presenta el plato con un medallón de lomo, la salsa por debajo o arriba (hay dos escuelas: los que no quieren tapar la linda carne con la salsa, los que quieren que se vea la salsa sobre la carne, nadie tiene razón, dejemos a otros el gusto de debatir), las papas fritas al lado. Bon appétit...

domingo, 28 de noviembre de 2010

Carlitos, o la tradición del lomito-estafa en BS AS (0/10)

Le tocó a Carlitos. Pero le podría tocar a cualquiera de estos seudo restaurantes porteños de 200 y pico cubiertos, con una carta focalisada sobre los lomitos, las pizzas y los panqueques.

Entonces quiero precisar unas cosas antes de empezar la masacre. Carlitos no es ni mejor ni peor que los demás. Es lo mismo. Un poco más caro que muchos por la ubicación avenida del Libertador al 6172 (tengo entendido que tienen otros locales, el horror se extiende) entre el Barrio Chino y el bajo Belgrano.

También quiero aclarar que fui a comer ahí (en realidad a pedir para llevar porque ni loco me siento en un lugar tan espantoso), por lo cual tengo que asumir la plena responsabilidad de mi acto de compra. Es más : de vez en cuando, está lindo comer un lomito de estos. Siempre te roban, siempre está feo, pero qué sé yo. Es como Mac Donald’s. Es una porquería pero una vez al mes, o más, se viene un no sé qué te da las ganas de bancartelo en lugar de ir en un restaurante de verdad. La calidad cansa a veces. Es como el cine : no se puede convivir siempre con Pasolini, Bergman o Kurosawa, y tiene que surgir en algún momento las ganas de mirar a Sam Worthington o Jason Statham salvando el mundo o piloteando un bolido en el sentido contrario de una autopista californiana (ahí el director importa mucho menos, claro).

Vuelvamos a Carlitos. Seré directo : $75 para dos lomitos, ni siquiera completos (lechuga, tomate, queso) y una botella de 1,5L de gaseosa. Nada de papas fritas, o de postre.

¿Estaba rico ? Lo de siempre : el pan industrial tradicional, la carne finita, la lechuga cansada, el tomate discreto y el queso gomoso. ¿Algo de salsa ? No, condimentarás con los sobrecitos de mayonesa o ketchup que te tiran en la bolsa.

¿El lugar está lindo ? Para nada, tiene esta luz agresiva tipo comedor de hospital, asientos bien feos y duros, la pantalla gigante para ver futbol, los mozos vestidos como payasos con el pantalón negro a rayas rojas y el gorro ridículo. La decoración, la onda, la ambitentación, no existen. La cocina, a la vista (¿porqué ? La deberían esconder), no tiene nada de cocina. Ahí, dos tipos corren para preparar, es decir calentar, aquellos panqueques cubertios de salsa trucha de chocolate, estos lomitos industriales, estas papas fritas congeladas, etc.

Las ganancias son tremendas : a los comensales, les dan de comer mierda con poco personal, y facturan lo que se suele pagar en un restaurante digno de llamarse restaurante (cocineros que cocinan, mozos que atienden, comida real y no quimica virtual...).

El tema es que está lleno. O casí. En la zona, tenés miles de opciones para comer mejor. Y más barato. Y no tendrás que esperar tanto para que te atiendan. ¿Entonces ? Entonces ahí está la maldita fiaca de la sencillez. El lomito. Las papas fritas. El gusto artificial. Estamos acostumbrados. Adictos. Entonces lo compramos y caro.

Creo que hay que tomar conciencia de esto y pelearnos. Comer en Carlitos, o en cualquiera de estos lugares iguales, es darle la razón a emprededores del rubro gastronómico sin verguenza. Hoy en día esta gente tiene más éxito que los pobres tipos que buscan ofrecer calidad y platos que valen lo que se cobra. No es normal. No es justo. Un lugar como Carlitos es un insulto para todas las personas que van a comer ahí. Nos tratan como si fueramos imbeciles. E imbeciles, somos ya que vamos.

Como consecuencia, les dejo una recomendación, que trataré de aplicar las próximas veces que se me vendrán las ganas de comer este tipo de lomito. Hay que responder a una sencilla pregunta, antes de empujar las puertas de semejante lugar : ¿realmente, no hay otra cosa ?

PD : un precisión no tan importante en el fondo, pero la quiero hacer igual : la atención en Carlitos es apurada, formatada por el sistema informatico, pero me tocó camareros amables. O sea, hasta en los peores lugares uno se puede encontrar con gente que tiene compromiso.

Carlitos
La dirección ya la dí, el teléfono no lo dejaré (los interesados masoquistas lo buscarán en la web)
Tipo de comida:
Precio: carísimo. De todas maneras, cuando no está rico, siempre es demasiado caro.
Mi recomendación: ¡no vayan! Si lo que se quiere es comer un lomito lamentable, hay toneladas de lugares más baratos...

viernes, 26 de noviembre de 2010

Manero (4/10)



En el Bajo Belgrano, si se sale del tradicional conjunto de restaurantes de Sucre y Figueroa de Alcorta, no hay muchas opciones para cenar. Este Manero, a dos cuadras de la manzana fatídica, que reúne locales “top” como el espantoso “Sucre” o el más interesante – pero caro -  “Bruni”, es una opción a tomar en cuenta. La propuesta está  manejada por Carlos Schuster, una figura conocida del universo gastronómico porteño...

El lugar es blanco. Dentro y afuera. Con un bar estadounidense alargado, mesas bien distanciadas, mozos bien vestidos. La ambientación es limpia, pero falta un no sé qué. En algunos momentos, te da la sensación de cenar en un crucero yankee de los años 80, navegando entre Boston y Le Havre.

A ver… ¿Está bueno o no? En síntesis, Manero multiplica las buenas intenciones, que es a su vez una gran ventaja y un defecto. Hacen un brunch los domingos, algo que todavía pocos restaurantes se atreven a hacer, y me parece excelente que algunos lugares empiecen a investigar este campo, tan agradable. Tienen una carta de vinos pensada, con opciones inteligentes (el vino está bien servido además). Hay un maître, encabezando un ejército de mozos que te reciben, simpáticos y bien formados. Te proponen visitar la cocina, una atención que tiene mucho sentido: los tipos confían en si mismo, en la limpieza y en el orden de la cocina. Te traen el “amuse bouche” con pan casero para facilitar la espera. El bar anda por ahí, también, con sus posibilidades de tragos y buena carta.

¿La cocina? Llega con un poco de todo. Encontrarán chipirones (bien), salmón, cordero braseado (zafa), asado al horno de barro (rico), a veces surubí. Ah y hacen sushi también. Y ceviche. Hem. La carta es un quilombo… La propuesta, además, no sigue demasiado las estaciones por lo visto. Pero en el plato, está cocinado, está simple, y está bastante rico. Los platos están bien realizados, los productos utilizados correctos. Los postres se dejan comer, pero ahí el intento para seducir fracasa un poco con estas velas eléctricas azules que colocan junto al tiramisú: esto se quiere “in” y es “out”. Un toque kitsch que no va con el lugar.

Ahí está el problema: ¿Cuál es la onda del lugar? Todo y nada. No tiene línea. No tiene definición. Ni la ambientación, ni la propuesta gastronómica que anda por todos lados, ni la carta de vinos, ni nada, acá, te da la sensación de cenar en un lugar coherente. Están perdidos, sin estilo, sin definición, y esto se siente. Pero tienen compromiso con los comensales, y cuidan la calidad. ¿Hay que ir? Tímidamente, diría que sí. Para ver si piensan precisar un poco este lío…

Manero
Monroe 899 – Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Tel: 4787-4848
Tipo de comida: ¿kitsch?
Precio: contar un poco más de $100 por persona para comer bien y con vino.
Mi recomendación: Probar el brunch, ya que tienen uno. Hay que alentar estas iniciativas. Y compartir sus comentarios con el equipo del resto para que puedan tener idea de lo que deben hacer para definir un poco mejor este lugar…

jueves, 25 de noviembre de 2010

Receta: Tiramisu de vegetales



Una entrada fresca para la temporada. Hoy en día, el tiramisu es un clásico que está muy de moda. En Europa, hasta se lo prepara con cualquier cosa, siguiendo la tradición de la “Nouvelle cuisine” de jugar con los nombres e ingredientes de los platos más tradicionales: así como se preparan “sushis de carne”, “tartares de pescados” o “sopas de melón”, el tiramisu ya no se elabora solamente con vainillas, café, crema a base de mascarpone y cacao amargo. En las cartas de muchos restaurantes, se ha vuelto una delicadez muy chic proponer un tiramisu de frutilla (tan común que llegó a cansar en Francia), a veces con un poco de albahaca, un tiramisu de peras, de manzanas, y a veces hasta salado, como lo presentó la antigua casa Lenôtre durante la pasada temporada primavera-verano.

En Argentina, esta manera de divertirse con los nombres no se observa demasiado. La mayoría de las veces, los chefs prefieren llamar un medallón de lomo “medallón de lomo” y una salsa blanca “salsa blanca”. Me parece bien. La verdad es que el jueguito de las denominaciones originales es un truco marketing, una técnica para diferenciarse que ya no diferencia nada ni nadie cuando se lo usa demasiado. Pero de vez en cuando, tiene el mérito de ser cómodo para explicar en pocas palabras de que se trata…

Necesitamos, para 4 entradas:

-         200g de mascarpone
-         10 cl de crema de leche
-         1 pimiento rojo
-         1 pimiento verde
-         1 berenjena
-         1 apio
-         1 zucchini
-         Un buen aceite de oliva
-         100g de harina
-         50 g de manteca
-         Unas hojas de albahaca
-         ½ diente de ajo
-         Sal gruesa
-         Sal
-         Pimienta negra

Cortamos en cubitos los vegetales. Los salteamos en una sartén con aceite de oliva, sal y pimienta.

Dejamos la manteca 15 minutos fuera de la heladera y la mezclamos con 100g de harina, usando las manos, hasta obtener una masa tipo “crumble” de textura arenosa. Salpimentar. Cocinar al horno hasta que quede bien dorado (180ºC), y dejar enfriar.

Preparar un seudo-pesto: procesar las hojas de albahaca con un poco de sal gruesa y el ajo,  agregar aceite de oliva hasta obtener una crema untuosa.

Batir la crema (tiene que estar bien fría) hasta obtener una chantilly (o sea hasta que este bien firme). Mezclar el mascarpone con un buen chorro de aceite de oliva (el elemento graso que reemplaza los huevos en la receta tradicional). Agregar la crema y salpimentar.

En unos vasos, disponer en el fondo la masa cocida y fría. Mojar con un poco de pesto y agregar cubitos de vegetales. Cubrir con crema y decorar, por ejemplo, con un poco de tomillo fresco. Servir fresco.





miércoles, 24 de noviembre de 2010

El Galpón: micro mercado orgánico

Este lugar ya no es un descubrimiento para los aficionados de los productos orgánicos. La experiencia arrancó hace más de 5 años, bajo la forma de una cooperativa juntando productores “éticos” que garantizan, a un precio “justo” (hay que entender “más barato que Jumbo o Carrefour” ya que la noción de justicia siempre es sumamente subjetiva), una calidad de producto libres de toxinas y explotación humana.

Ahí, la gente puede ir a comprar verduras, quesos naturales, leche no pasteurizada pero fresca, huevos y pollos de campo, aceite de oliva orgánica, licores orgánicos… El lugar, ubicado en el fondo de un pasaje, es pintoresco: casita amarilla, con una terraza par disfrutar de algún plato casero, una huerta al lado. Y dentro del galpón, las tienditas de cada productor socio, una atmósfera un poco “hippie” onda el Bolsón matizado de “bobo actitud” a la manera porteña.

Acá la gente y los cuerpos también son orgánicos: barbas y pelo largos, ropa casera con colores seudo-indios, collares étnicos, seudo-folklore, sonrisas beatas de personas encantadas de si misma y de su modo de vida tan humano y sano. La clientela es así, un poco too much. Un poco falsa. Un poco hipócrita. Claro que no estamos en el mercado de Liniers. Y ni siquiera el de Belgrano. En Buenos Aires, lo orgánico sigue siendo “fashion”. Es una muy buena razón para que más gente vaya a conocer este lugar que lo merece. Todo el mundo puede permitirse de vez en cuando este esfuerzo de conseguir algo un poco mejor.

Los comerciantes acá también son un poco hippie, aunque algo más auténticos que sus clientes. ¿Y qué? ¿Preferirían que la carne la venda un gordito amable y bigotudo con uniforme de carnicero como el de la esquina y no una mina con dread-locks, pantalones verdes y poncho machu pichu? Yo no: este lugar es de quién mojó la remera para crearlo. Hay demasiado pocos lugares así en Capital para quejarse. Los comerciantes de barrio podrían privilegiar la calidad también. Podrían seleccionar los productos. Podrían hacer pan de verdad con harina de calidad. O proponer pollos sin hormonas. O verduras sin pesticidas. ¿Cuantos lo hacen? El galpón orgánico lo hace, es digno de valorar.

Vamos entonces directo a los bifes: ¿vale la pena ir? Sí, obvio. Los precios, lo hemos dicho, son correctos. La calidad se discute un poco más en cuanto a ciertas mercaderías. Muy buenas las verduras: de estación, lindas, ricas, todo bárbaro menos el tiempo de espera ya que mucha gente ya conoce el lugar. Sin embargo es preferible bancarse media hora de espera que comer zanahorias artificiales. ¿Los quesos y lácteos? Recomiendo conformarse comprado solamente materia prima: leche cruda, yogurt, manteca. Los productos más elaborados (mozzarella, quesos aromatizados…) no son tan tan atractivos. Es que la materia prima es fundamental pero no lo hace todo. Un buen queso necesita experiencia, saber hacer, generaciones y cantidades de artesanos formados. Yo no sé hacer buen queso, los distintos productores del Galpón tampoco… ¿Los pollos de campo, las carnes? Buena, se puede confiar. Los aceites, los dulces, las especias? Probarlos. La miel orgánica de Paraná está exquisita.

Para resumir, hay que experimentar, dejarse tentar y probar de todo: tendrán muchas veces muy buenas sorpresas y a veces algunas decepciones (los licores). No pasa nada. Su dinero está bien utilizado: apoya gente que lucha para la Causa. Mejor comida, mejor mercadería, mejores precios.

El Galpón
Federico Lacroze 4171 (el galpón amarillo que se ve bien al fondo de la calle empedrada)
Abierto los miércoles de 9 a 13hs y el sábado de 9 a 18s
Mi recomendación: ojo con el pollo y los lácteos. A veces no queda si se llega tarde.

martes, 23 de noviembre de 2010

Restó (6/10)

Este establecimiento  me dio un poco de pena... Tantos esfuerzos para darle “categoría” al lugar. El tono de los camareros. El tipo de menú. El sommelier que viene con su vasito para catar discretamente el vino como si estuviésemos cenando en la Tour d’Argent.

Es un poco too much para este tipo de restaurante que debería, por sus características, acercarse a la gente y no alejarse con códigos que pertenecen al otro mundo de los palacios *****. Porque Restó tiene todo para ser un lugar...no diría popular para no exagerar, pero bien para salir de vez en cuando. No es taaaaan caro (110$ un menú de tres pasos), el lugar es chico, la ambientación no tiene solemnidad. Obviamente con sus veintipico mesas negras de bodegón no juegan en la misma cancha que la Bourgogne o Tomo I pero justamente: ahí tenemos un restaurante en donde sería muy agradable sentarse, lo más frecuentemente posible, para comer algo un poco elaborado sin molestarse con la presión del protocolo. Donde la gente que no conoce este tipo de comida (centolla, codorniz rellena, “brioche perdue” de postre) podría entrar sin sentirse incomoda. Pero no. El protocolo está. Y aquí no sirve de nada.

¿La comida? Rica, hay cocineros formados ahí. Es comida de escuela, bien clásica: la carne o el pescado con sus dos guarniciones y su salsa. El coulant de chocolate de Michel Bras de postre (fecha de creación: 1982 si bien me recuerdo).

Pero está bien. Hay ideas y envidia de este lado, a veces un poco incoherentes los platos (entrada de centolla con papas mal definida por ejemplo) pero tratan de entregar algo propio y lo logran. Para mi gusto, miran un poco demasiado por encima del océano, hacia Europa. Las codornices por ejemplo. Ya sé que se cocinan mucho allá en los lugares top (y también en lugares menos top), pero en Argentina no tiene mucho sentido. Es un producto limitado, dificil de conseguir fresco, y hasta cuando lo es, no se luce.  

Carta de vinos interesante pero cara: faltan buenas opciones accesibles para los que no quieren (o pueden) meter 100 mangos o más en una botella. Otra vez la soberbia social.

¿Vale la pena ir? Sí. Pero bien acompañado, e ignorando maravillosamente el marco y el ámbito. La nota es severa pero la puntuación no tanto, ya que hay que reconocer la calidad general, más que respetable, del trabajo de los cocineros de Restó.

Restó (Sociedad Central de Arquitectos)
Montevideo 938 - Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Tel: 4816-6711
Tipo de comida: ¿De autor? Dejense de joder. Son cocineros chicos...
Precio: carito, contar alrededor de $350 para 2 personas (cena), con vino. De acuerdo a lo que se come.
Mi recomendación: ir al mediodía, se supone que es más barato, y quizás se escaparán más facilmente de la onda un poco snob.

Un gastrónomo francés perdido en la web argentina

Bueno aquí estamos. Soy Raymond. Un francés, fanático de gastronomía y radicado en la Argentina. Este blog tiene como objetivo principal hablar del panorama culinario argentino, de los buenos y malos lugares para comer y comprar comida o insumos en la Argentina (más que todo en Buenos Aires pero intentaré diversificar).

Trataré también, a mi manera (y por supuesto con mi ortógrafo aproximativo) de traer una mirada distanciada hacia lo que está pasando hoy en día en el escenario gastronómico porteño. Lo que me encanta y lo que me parece pésimo. Lo que me sorprende, lo que me escandaliza, lo que me divierte o me molesta.

Cuento, basicamente, con dos caractéristicas propias para que este blog sea una herramienta útil e interesante para quién tenga la amabilidad de leerlo:

1) Sé mucho de cocina (sí sí van a ver)

2) Al ser francés (pero que yo sepa podría ser turco o filipino no cambiaría demasiado), yo veo cosas que los demás no pueden ver (uuuuuuh)

Para resumir, dejaré acá:

- críticas subjetivas, generalmente llenas de mala fe, sobre bares y restaurantes (con notas)
- recetas: algunas mías, la mayoría copiadas sin verguenza, pero todas totalmente accesibles con productos locales
- larguísimas reflexiones sobre comida y gastronomía (para los luchadores y/o masoquistas)
- reviews (yeah) de lugares interesantes, o nulísimos (lo cual siempre especificaré) para hacer sus compras

Listo. Se terminó el blabla. Empecemos.