viernes, 24 de diciembre de 2010

El pan dulce de la abadía

Si están cansados de los panes dulces de supermercado, o de las cosas miserables que elaboran ciertos panaderos, ahí va una recomendación : hay que pensar en los monjes (o monjas).

Nunca me cansaré de decir lo importante que fue para la gastronomía todo el laburo realizado por los monasterios y abadías, en muchas partes del mundo. A los monjes se les debe una cantidad increíble de inventos culinarios y de recetas inolvidables: quesos, dulces, caramelos, alfajores, vinos, cervezas, licores... Se dice que hasta el champagne fue una creación monástica del famoso Dom Perignon.

Lo interesante con los monasterios es que mantienen muy alto el nivel de calidad. Nuestra época industrial, dedicada siempre a la reducción de los costos en el rubro alimenticio, nos ha acostumbrado a consumir productos que son poco naturales, y que ya no tienen tanto gusto. En el caso del pan dulce, he visto demasiadas horrores con cubitos de fruta falsa, masa depresiva y carencia dramática en frutos secos (2 almendras, una nuez y ya tenés tu pan dulce).

Frente a todo esto, los monjes y las monjas siguen con la linea de siempre. Que estemos de acuerdo o no con sus convicciones, no se puede negar que generalmente su preocupación mayor no es reducir sus costos de producción para maximisar las ganancias: trabajan porque forma parte de su vida espiritual, y porque permite traer algo de dinero a la insitución. Y nada más. Entonces siempre tenemos, con ellos, productos naturales, fabricación artesanal, procedimientos lentos y cuidados...cosas ricas para resumir.

En este sentido, el pan dulce de las monjas benedictinas de la Abadía Sta-Escolástica es un canto a la vida: pura calidad, frutas de verdad, confitadas, secas, una masa sabrosa, un pan dulce que tiene peso en la mano. Habría que compararlo cara a cara con un pan dulce de supermercado, para avergonzar los ladrones industriales. Este pan dulce, la Noche Buena se lo merece.

Yo lo conseguí en capital, en la vinoteca Entendidos (Virrey del Pino 2553). Sale $70. Es caro, pero bueno. Una vez al año, está bien darse el gusto... Ah y esta vinoteca merece también una mirada ya que tiene unas etiquetas no tan fáciles de encontrar: bodega la Azul, entre otros...

viernes, 17 de diciembre de 2010

Sobre los pescados (II)



¿Cómo elegimos un buen pescado? Ahí van las reglas de oro, cualquiera que sea la pescadería:

-         elegir y comprar pescados enteros, nunca los que vienen ya fileteados. Lo hemos dicho, cuando un pescado ya no está muy fresco y que se nota, lo filetean para darle una segunda oportunidad. Además, muchas veces, te lo cobran más caro. Ni no querés, o no sabés, preparar o filetear un pescado entero, la gente de la pescadería te lo hará en el momento. Eso sí, no olviden de dejarle una propinita.

-         no comprar pescado congelado. Misma causa: se congelan a menudo los pescados ya no tan frescos para prolongar sus posibilidades de venta. Además, no es tan fácil congelar bien un pescado. Muchas veces, veo los pescaderos ponerlo así no más en un freezer común. Lo que pasa es que sin una congelación ultrarrápida, obtenida con cierto material profesional que muchos no tienen, el pescado no soporta la congelación. Su carne se vuelve seca, fibrosa. Desagradable. En fin, si ya lo han intentado, deben saber también que es un parto descongelar el pescado. Si lo dejan al aire libre, es riesgoso a nivel higiénico. Si lo descongelan con el micro-ondas, el hijo de p… es tan sensible que empieza a cocinarse y compromete su justa cocción. Si lo descongelan como debe ser en la heladera, hay que esperar tres años y perfuma todo con su delicado y poderoso olor marino. Si lo colocan así congelado en el horno, les deseo mucha suerte para que les salga algo comible.

-         comprar entonces pescados frescos, que se comerán lo más rápidamente posible después de la compra para que estén bien ricos,

-         el pescado fresco tiene los ojos translucidos, vivos, abombados. No tienen esta opacidad blanca que muchas veces se nota en algunos especimenes dudosos en las pescaderías,

-         su cuerpo está rígido, brillante, y las escamas están bien adheridas a la piel,

-         su olor está ligero y agradable. Huele a mar básicamente. El pescado podrido huele a amoniaco.

Ahora la receta prometida.

Tenemos, para dos personas :

-         2 besugos enteros
-         2 paltas
-         1 pepino japonés
-         1 kg de tomates
-         1 pomelo chino (elemento de lujo de la receta, $7 la unidad, de la cual solo se usa la mitad o menos)

Versión simple: cortamos los tomates, los pepinos, las paltas y el pomelo (pelado a vivo), en cubos. Mezclamos, aderezamos con un a vinagreta común. Asamos los besugos al horno, así no más enteros, con sal y pimienta.

Se puede también presentar el besugo en ceviche, cocinándolo en el jugo del pomelo y agregando algo de cebolla y cilantro.

En realidad, con estos ingredientes, se pueden imaginar miles de posibilidades: ahumar los tomates con quebracho, hacer un puré con las paltas, una mermelada con el pomelo, cocinar el pescado al vapor, pochearlo o asarlo en “costra de sal” cubriéndolo en la asadera con sal gruesa y algas…


jueves, 16 de diciembre de 2010

Sobre pescados (I)

Ayer en el barrio chino. La pescadería de Casa China más precisamente. Han traído turbot de Chile (o “rodabajo” para los gallegos), facturado $126 el kilo. Al lado del “rey de cuaresma”, como se suele llamar en Europa este maravilloso pescado plano en forma de rombo, tenemos besugo a $15,5 el kilo y pargo a $7 el kilo. Estos dos no son los reyes de nadie ni de nada, son pescados super comunes, y en el caso del pargo hasta diría que este ni lo deben pescar a propósito. Buscan otra cosa y, la p… que lo p…, las redes se llenan de este maldito hijo de p… A penas exagero. Entonces lo venden, pobrecito, para que traiga unos pesos por lo menos, que no haya muerto en vano. Siete pesos por kilo entonces, cuando el turbot chileno, soberbio y seguro de si mismo, pretende valer casi 20 veces más.

Seamos claros: el turbot es, siempre fue, un pescado de lujo. Su carne bien blanca, firme, que parece hojaldre, es una pura delicia. ¡Pero ojo! El turbot chileno tiene distintos elementos en contra. No es nativo-nativo chileno saben. Los hacen venir del mar del Norte, para después producirlos en cautiveria. Y en cautiveria, el pescado ya es otra cosa.

Fíjense la estafa del salmón rosado. El salmón también, antes, era un pescado de lujo. Se trataba de salmón salvaje, hasta que se empiece a producir, a criarlo, usando métodos que fomentan la productividad y no la calidad. Como resultado, tenemos salmón en todas partes, un poco más barato (no tanto ya que en Argentina sigue teniendo esta imagen de pescado noble, y eso claro que las pescaderías lo cobran firmemente), pero sobretodo muy graso.

Volvamos al turbot. El bicho, criado en cautiveria en Chile, muy lejos de su mar de origen, llega finalmente en su destino final, en este caso Casa China en Buenos Aires. Y está cansado el pobre. Ojos apagados, carne blanda, está realmente más o menos en cuanto a la frescura. Y como está caro, obviamente no lo van a tirar antes de haber probado venderlo varios días. Y si no sale, seguro lo filetearán para que se note menos la pinta desastrosa. Y después lo congelarán. Un truco de pescadero.

En cambio, al lado, el besugo está lindo. El pargo también. En el plato, probablemente, la diferencia de precio no se sentirá tanto. Lo cual me llevo a decir, una vez más, algo que no me voy a cansar de repetir en este blog: siempre es preferible comprar un buen producto, fresco y de calidad, aun cuando se trata de una mercadería poco noble, que gastar al pedo para adquirir una comida pretenciosa y mal hecha. Comer bien, es preferir la calidad al piripipi. Publicaré mañana otra nota explicando como se elige un buen pescado, y dando un ejemplo de receta fácil y barata con buenos productos.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Rosa Negra (6/10)


Ummmm. Rosa Negra. El máximo exponente del buen comer en la zona norte. Un restau con larga trayectoria, respetado, temido, símbolo desde hace bastante de lo que sería el top de las afueras hype de Capital.

Fui  cuatro veces a comer a este lugar. Entre el 2009 y el fin del 2010, nada cambió. Ni la calidad global (y eso es bueno)  ni la carta (y eso sí que es malo).

Rosa Negra, es una síntesis brillante entre la parrilla tradicional, pero de calidad, y la cocina más creativa tipo “de autor”. Siempre me pareció atractiva esta propuesta, en Argentina, ya que permite que convivan los comensales muy básicos (comer = asado) con los clientes un poco más exigentes (¿a ver esta salsa, y esta guarnición, de que se trata?). En Rosa Negra, está todo para que la familia este contenta.

El servicio... muy bien: mozos de formación, y no estudiantes de paseo financiando su carrera de medicina o de abogacía. El pan, a pesar de su canasta ridícula y de su presentación muy brutal está rico, casero. La ambientación, oscurita  muy yankee, no molesta demasiado. Tiene su encanto.

La comida está bien, pero a veces un poco cansada. Los platos de cocina son siempre los mismos, y deberían cambiar con las estaciones, por lo menos para que los cocineros no se aburren. Pero insisto: una carta que casí no cambia en más de un  año está muy mal. Hay que moverse, hay que renovar, marcar las tendencias.

Depende de los días, también. Los días de furia, cuando el restó está lleno, se nota que la cocina pierde un poco de aplicación: cada plato pasa demasiado tiempo bajo la lámpara, o quizás en el microondas no sé… salsas sequitas por ejemplo. Uy.

Los precios están bien. Ha aumentado últimamente pero sigue siendo un best buy en  mi opinión, dado lo que te dan.

Deberían, en realidad, ponerse las pilas. La carta de postre dice, por ejemplo, “tiramisu con mascarpone autentico”. Chicos: un tiramisu tiene mascarpone, punto. Ya no es tan fenomenal hacer las cosas “bien”. Hay que ir más allá.

¿Los vinos? Un punto débil. La carta es muy básica. Hay opciones baratas, pero bastante comunes y mediocres. Las opciones top son top, pero banales. Los precios correctos.

¿Hay que ir? Sí, en familia. Pero no sé si volveré a recomendarlo dentro de 6 meses dados la evolución del mercado y la llegada de nueva propuestas un poco más sensibles…

Rosa Negra
Dardo Rocha 1918 – San Isidro
Tel: 4717-2685/ 2249
Tipo de comida: Buena parrilla y platitos medio creativos.
Precio: $270 para dos personas, con vino y postre. Y agua. Correcto.
Mi recomendación: evitar los fines de semana: con mucha gente el lugar pierde en eficiencia y el ruido es muy desagradable.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Los niños y la cocina


Muchas veces he escuchado padres pedirme ideas de platos para cocinar junto a sus hijos. Y también recetas de comidas un poco más equilibradas que las pizzas o las papas fritas para que los niños coman, que les guste, y a la vez que les haga bien.

Estamos hablando de una ansiedad permanente del padre moderno: enfrentarse a la crítica culinaria de sus hijos. Es algo terrible. Los viejos son así: se matan para que los niños coman bien, para que crezcan bien, y al mismo tiempo quieren que su trabajo en cocina este reconocido por su progenitura. O sea, que les digan que estuvo “riquíííííííísimo”, con su tiernas vocesitas de nenes.

Uno lo puede entender. Después del trabajo, de la limpieza de la casa, después de haber ido a buscar los “monstruos” en la escuela y de haber hecho las compras, no es fácil ponerse a cocinar, es decir a sudar, cortar (a veces cortarse), hervir, asar (y a veces quemarse), etc. Si, después de tantos esfuerzos, el enano les manda todo a la mierda en un segundo diciendo que no le gusta, la violencia simbólica es tremenda. Lógico.

Y todos hemos visto escenas como esta: inquietos, los padres esperan el juicio final del nene sentado frente a su plato de puré de calabaza. Están inquietos, pero llenos de optimismo, ya que el chico comió este mismo puré hace una semana diciendo que le gustaba. Pero ahí viene. La carita se cubre con un rictus de asco, los labios se tensan, los ojitos expresan exasperación. No quiere. No le gusta. O, mejor dicho, él explica de manera tan injusta, y tan definitiva, que “no está rico”.

Para luchar contra este fenómeno, y para evitar de calificar a sus hijos de ingratos, muchos padres se pierden entonces en la busqueda de ciertos Graales culinario: la receta mágica que les hará amar los vegetales, la formula misteriosa que les hará aceptar la sopa, el plato genial que les convencerá de cocinar con papa o con mama y así compartir un lindísimo momento de complicidad…

Y a veces me preguntan, a mí, mis secretos. Si tengo ideas. Si sé como hay que cocinar el guiso de lentejas para que lo coma. Si conozco alguna alternativa a los fideos y al arroz. Si puedo darles consejos para realizar postres dietéticos que comerán como si fuese helado de Oreo.

Seré honesto. Muchas veces miento. Les cuento lo que quieren escuchar, hasta lo he escrito. ¿Para los purés o las sopas? Fácil. Mezclen variados vegetales con un poco de papa ya a los nenes les gusta siempre. ¿Para que coma este plato que nunca le ha gustado? Simple. Traten de ser creativos y de decorar el plato, darle un toque divertido, dibujando por ejemplo una cara de payaso con ojos de tomates cherry y sonrisa ketchup. ¿Para cambiar del arroz? ¡Prueben la quinoa, o el trigo burgol! Eso y muchos otros consejos truchos cuyo solo recuerdo me da vergüenza.

La verdad, es que contesto de esta manera para darles esperanza. Pero, en el fondo, mi convicción es la siguiente: los niños son los enemigos de la gastronomía. Son brutos. No tienen gusto. Son malos. Y por supuesto que son ingratos.

Siempre pensamos que cuando dicen “me gusta” y “no me gusta” están expresando su personalidad naciente. En realidad, no tienen idea. Un día les gusta, otro no. Todavía no tienen las capacidades gustativas y olfativas para evaluar las cosas. Para que se acostumbren a algo, lo tienen que probar mínimo 5 veces. Y a la sexta podrán decir “me encanta” así como decir que “es un asco”. Generalmente, la comida les gusta cuando tiene azúcar y/o leche. Son embriones gastronómicos. Nada más.

Y cuando les proponemos participar al acto de cocinar, aun cuando dicen que les gustaría, terminan aburriéndose. Son decepcionantes y perversos: a veces hasta te vienen a buscar porque quieren cocinar una torta, y ni bien empiezas a enseñarles como se rompe un huevo que ya se van a jugar a la Playstation.

No les gustan las comidas caseras. Si buscas verduras orgánicas, carne de primera calidad y pollo de campo, te dicen que prefieren las arvejas congeladas y las hamburguesas del Coto. ¿Pescado? Congelado y empanado por favor. ¿Salsa de tomate? En lata, la salsa natural no la soportan. ¿Un Sándwich? En MacDo, ni te tocarán el sandwichito hecho con amor, pan casero y materia prima sana. Intuitivamente, siempre elegirán las comidas y bebidas con componentes más químicos, pobres y patéticos.

Siempre habrá padres para decir que no es verdad, que a su hijita o a su nenito sí le gusta cocinar, y que come de todo y blablabla. En el 99% de los casos es pura mentira. Dicen esto porque una vez cocinaron una mousse de chocolate con su hijo sin que se desmaye de aburrimiento. O porque le gusta comer remolacha o apio que a sus amigos no les gusta. ¡La gran cosa! Están idealizando a full: prefieren ver la excepción que la regla, en lugar de reconocer que el nene siempre no se puede concentrar más de 15 segundos en la cocina y que si bien come apio, todas las demás verduras le inspiran gritos de asco.

Queda el 1% de padres felices, que sí tienen un hijo que parece sinceramente interesarse a las maravillas gastronómicas. Bueno. Seré aguafiestas. No me importa. ¡Eso no quiere decir que siempre será así! Más grande, es probable que le de la espalda a lo que le gustaba de niño. ¿Le gustaba cocinar? Entonces, con los cuestionamientos revolucionarios de la adolescencia, posiblemente se convertirá en un adicto de los fast-food y de lo congelado, y considerará que la gente que cocina, como sus viejos tontos, son perdedores y esclavos que se pierden la miel de la vida. ¿La miel? Uy no. Eso es comida.

¿Qué tenemos que hacer entonces? ¿Darles de comer alimeto balanceado hasta que se decidan? ¿Declararnos vencidos frente a la dictadura del temible combo pizza-Danonino? NO.

Los niños tienen que comer de todo. Hay que cansarlos con una diversificación alimenticia intensa, permanente. ¿No les gusta la remolacha? Les ofreceremos de nuevo la semana próxima. No importa. Y comerán lo que hay, es decir cosas buenas y variadas. Con esto les pondremos en condiciones de definir su futuros gustos, y de hacerse (o no) adictos del buen comer. Si quieren cocinar con mama o papa, bienvenidos. Y si se cansan, que se cansen.

Recomiendo alimentar su curiosidad e imponer, a la vez, un poco de todo en el plato. No garantiza absolutamente nada pero, por lo menos, evita que estén condenados a comer mal toda su vida. Y si no les gusta, si se quejan, si les parecen ingratos, es que es así. No pasa nada. No vale la pena desesperarse. Los amamos igual.

martes, 7 de diciembre de 2010

El Francés (2/10)


Honestamente, no sé si el dueño de este lugar es francés y no pienso verificarlo. De todas maneras, no creo que sea una necesidad absoluta tener la nacionalidad para cocinar dentro de las “normas” culinarias de mi país. A mi me encanta la cocina italiana, y afirmo sin titubear que preparo excelentes risottos y pastas caseras. En Buenos Aires, la mejor cocina francesa muchas veces la hacen los argentinos. Y los genuinos franceses, de vez en cuando, fallan en el intento ya que se conforman con el único prestigio marketing de su acento original…

Este “francés”, bien posicionado en una esquina estratégica del hype Palermo, no es muy bueno. La propuesta tiene algunas cositas que se pueden vincular a la cultura gastronómica galla (quiche lorraine, croque-monsieur, croissant) y el resto trata de darse aires tomando denominaciones “frenchies” (aun cuando son cosas súper comunes que no tienen nada que ver con la madre patria).

Nuevamente, no importa demasiado los vaivenes del marketing. Lo que sí importa, y muchísimo, es lo que hay en el plato. Y bueno, ahí está el problema: es muy pobre. Comidas sin alma, sin energía. Punto muerto. Tristón. Comidas cansadas, sin ánimo. Muy común, y bastante caro.

¿Hay que ir? NO.

El Francés
Gorriti 5099, Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Tel: 4833-0022
Tipo de comida: seudo-francés mediocre
Precio: caro, a más de $20 una porción de quiche y $18 un milk-shake de gusto bien artificial, la verdad…
Mi recomendación: el viejo Palermo no falta de propuestas para almorzar o tomar la merienda… algo mejor sí o sí encontrarán.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Bar Urondo (7/10)


¡Hey! ¡Muy bueno este restaurante! Comida básica (osso buco con polenta, cordero con puré de papas, conejo del día), carta corta, bien pensada. Van a lo justo con buenos productos, frescos, de estación y se nota la diferencia así no más. ¿Para qué poner 12000 opciones congeladas en una misma carta? ¿Para que copiar sin igualarla la fashion de otros países? Para qué cocinar un faisán congelado cuando se puede armar un plato divino con productos frescos más baratos? El Bar Urondo lo ha entendido todo: prefiere el gusto al piripipi, la sencillez desnuda a la mentira.

Ambientación correcta, poca onda, pero la casa está linda, uno se siente bien ahí, sentadito. Servicio eficiente, profesional, sin excesos. Carta de vinos corta pero inteligente, PENSADA! Qué lindo: hicieron el esfuerzo de buscar vinos un poco diferentes y ricos. Y esto con una escala de tarifas bien equilibrada.

¿El precio? Correcto, es decir un poco menos de 50 mangos un principal. Si uno se fija en la competencia, los vale.

En este lugar, uno se siente raro: nada parece excepcional pero, y eso sí que es poco común, todo está bien hecho. Todo corre a la par. Y si no se desaniman porque está en Parque Chacabuco o porque ahí no comerán emulsión de cilantro con huevo a baja temperatura, se darán cuenta que, por más sencillo que sea el lugar, comerán mejor que en la mayoría de los restos de autor del hype Palermo…

¿Si hay que ir? Claro que sí. Para mí, es una de las mejores opciones hoy en día.

Un dato complementario: los dueños son hijo y nieto del poeta Paco Urondo. Esto no mejoraría la comida si estuviese fea, por suerte no es el caso...

Bar Urondo
Beauchef 1204 - Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Tel: 4922-9671
Tipo de comida: cocina de estación, simple, mezcla de platos clásicos y de "creaciones" del chef
Precio: OK. Con unos $70, una persona comerá más que bien.
Mi recomendación: nada. Hay que ir.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Los platos onda « brasserie », la felicidad al alcance del tenedor (5/5)

Terminamos la serie con un súper clásico a base de pescado. La sole meunière (acá usaremos lenguado) se llama así por el uso de harina (el meunier es la persona que fabrica harina).

Sole Meunière ( para 4 personas)

Necesitamos:

4 lenguados de 250g cada uno
100 g de harina
150 g de manteca
Aceite de girasol
Perejil fresco
2 limones
Sal, pimienta negra

Pedir al pescadero los lenguados limpios, sin la piel negra, pero enteros.

Secar bien los pescados, salpimentar. Pasarlos en harina y sacudir par sacar el exceso. Cocinar en una sartén con un poco de aceite y más o menos 30 g de manteca: 5 minutos de cada lado aproximadamente empezando del lado de la piel blanca.

Cuando los lenguados están cocidos, disponerlos en un plato de servicio. Tirar la mezcla de manteca y aceite (tiene pedazos de harina ya no sirve), limpiar la sartén pasando un papel de cocina, y hacer derretir lo que queda de manteca. Cuando la manteca llega a un color marrón claro (“noisette”), agregar el jugo de un limón.

Colocar sobre cada lenguado perejil picado y una buena cantidad de esta manteca alimonada. Decorar cada pescado con un cuarto de limón.

Servir acompañado, por ejemplo, de papas hervidas..

viernes, 3 de diciembre de 2010

Los platos onda « brasserie », la felicidad al alcance del tenedor (4/5)


Vamos por una receta muy sencilla originaria del este de Francia, de un conjunto de montañas chicas y redondas que se llaman “les Vosges”. Se trata de una ensalada rústica que se sirve en esta zona en cualquier restaurante de barrio, un clásico como la “caesar” lo es en otras partes.

Ensalada  Vosgienne (para 4 personas)

Necesitamos
-         300 g de radicheta
-         300 g de panceta
-         4 huevos
-         3 papas medianas
-         4 rebanadas de pan viejo o de pan lactal
-         25 cl de crema de leche
-         Vinagre de vino o jugo de limón
-         Sal, pimienta negra

Cocinar las papas “en robe des champs” (literalmente “en vestido de campo”), es decir hirviéndolas sin pelar. Cuando están cocidas (la punta de un cuchillo entra fácil si las pinchamos), las pelamos y las reservamos.

Lavar las hojas de radicheta y secarla.

Preparar huevos duros cocinándolos en agua salada. Enfriarlos, sacar la cáscara y cortar en cuartos.

Cortar la panceta en pequeños bastoncitos de 2cm de largo y ½ cm de ancho (se llaman “lardons”). Cocinarlos en sartén agregando una mínima cantidad de aceite, ya que la panceta tiene mucha grasa naturalmente. Cuando están bien dorados, retirarlos y sacar el exceso de grasa en un papel de cocina.

Cortar el pan en cubos y freírlos en aceite (o en manteca clarificada). Sacar la grasa con papel. Estos cubos de pan son los famosos “croutons”, que también podemos grillar al horno para un resultado un poco más liviano y dietético (eso sería un eufemismo).

Batir la crema de leche para darle un poco de espesor. Salpimentar una medida de vinagre o jugo de limón, y agregarle 3 medidas de esta crema. Mezclar bien.

Cortar las papas tibias en cubos gruesos o rodajas espesas.

Colocar en los platos unos cubos de papa y disponer encima las hojas de radicheta, tratando de dar un poco de altura a nuestra ensalada. Agregar los huevos cortados, los “lardons” y los “croutons” alrededor. Aderezar con la crema.

A mi gusto, esta ensalada queda mucho más rica con las papas y hasta los huevos tibios…

jueves, 2 de diciembre de 2010

Los platos onda « brasserie », la felicidad al alcance del tenedor (3/5)


Hoy hablaremos del "navarin d’agneau", un guiso de cordero tradicional. El nombre “navarin” tendría que ver con la palabra “navet”, que quiere decir “nabo” en francés. Es que originalmente el nabo era la verdura principal para acompañar este guiso. Ojo que estamos hablando del nabo común redondo, de color blanco y violeta, que se encuentra en Europa.

En Argentina, se consigue casi únicamente la variedad blanca y larga, de origen oriental, que se llama también “daikon” o rábano japonés. Como es la primavera, pondré una receta de navarin de primavera, adaptada a los ingredientes que conseguimos aquí :

Navarin d’agneau (para 8  personas)

Necesitamos:

-         2 kg de paleta de cordero
-         2 tomates
-         3 cebollas medianas
-         2 zanahorias comunes (grandotes)
-         1 docena de pequeñas zanahorias (de las jóvenes si se quiere)
-         1 nabo (daikon: da muy buenos resultados en esta receta)
-         200 g de arvejas frescas (o sea en sus chauchas)
-         1 docena de papines
-         1 “bouquet garni”: 1 hoja de laurel, 2 ramitos de tomillo, 3 tallitos de perejil atados juntos
-         3 dientes de ajo
-         Perejil picado
-         Harina
-         Aceite de oliva
-         Sal, pimienta negra

Para ganar tiempo, mejor pedir a la carnicería que le corten la carne en cubos gruesos (como 4cm de costado).

Pelar y aplastar los dientes de ajo. Cortar los tomates en cubos sin pelarlos. Pelar y cortar las 2 zanahorias grandes y 2 cebollas en cubos.

En una olla, hacer dorar los cubos de cordero en aceite de oliva. Agregar las cebollas y las zanahorias cortadas. Dejar colorar un poco y agregar una buena cuchara de harina. Dejar en el fuego unos minutos más para que se colore el conjunto. Agregar el bouquet, el tomate cortado y el ajo. Mojar con agua. Salpimentar. Dejar que se cocine 1 hora, a fuego suave, sacando de vez en cuando la espuma que se forma a la superficie.

Mientras tanto, preparar las verduras. Sacar las arvejas de sus chauchas. Pelar el nabo y cortarlo en cubos. Pelar las zanahorias (si son bien chicas se dejan enteras). Pelar y lavar las papas. Pelar y cortar la última cebolla en cubitos.

Atención: las verduras se pueden cocinar a la manera tradicional, junto al guiso, o de manera separada, hirviéndolas en agua salada o al vapor (y cortando después la cocción colocándolas en un bowl lleno de agua fría). Yo recomiendo la segunda manera para preservar mejor el gusto de cada verdura, pero depende en realidad del humor y del momento: todo junto es un guiso bien guiso y a veces también está bueno.

Sacar la carne de su líquido de cocción. Filtrar este mismo líquido y volver a ponerlo, junto a la carne, en la olla. Agregar la cebolla cortada. Dejar cocinar nuevamente 20 minutos y agregar, 3 minutos antes del final, todas las verduras ya cocidas para que se calienten junto al guiso. Salpimentar si hace falta. Agregar perejil picado y servir dentro de la olla.




martes, 30 de noviembre de 2010

Los platos onda “brasserie”, la felicidad al alcance del tenedor (2/5)


Segunda receta de la serie, la famosa “quiche Lorraine”. Se trata de una tarta salada, hecha con masa quebrada  con una guarnición de huevos batidos y panceta. El plato es originario de una provincia francesa llamada la Lorraine, en donde los duques ya comían quiche hace siglos (en los orígenes se preparaba con masa de pan).

Quiche Lorraine

Necesitamos:

-         Harina de trigo (250 g)
-         1 yema
-         Manteca (125 g)
-         Agua (5 cucharas)
-         6 huevos
-         Crema de leche (un chorro)
-         Panceta (200g)
-         Nuez moscada
-         Sal
-         Pimienta negra


Paso 1: La masa

Sacar la manteca de la heladera 15 minutos antes de empezar para que se ponga blanda, y cortarla en cubos. Tamizar la harina y formar una corona con la misma. En el medio, colocamos una pizca de sal (una cucharita de café), la yema, la manteca y el agua. Incorporamos de a poco la harina y mezclar en una masa homogénea. Amasar sin exceso para no tener algo demasiado elástico. Formar una bola, envolver en papel film, y guardar en la heladera 20 minutos.

Pasar manteca (con un pincel idealmente) en un molde para tarta de 25cm de diámetro (ojo con las asaderas tipo pizza que son muy grandes y poco ondas, es preferible invertir 15 mangos en un molde más adecuado). Echar un poco de harina en un plan de trabajo, poner también un poco sobre el rollo que van a usar para estirar la masa (si no tienen, la clásica botella de vino funciona perfectamente). Estirar en forma circular para tener un disco de masa ancho como el diámetro del molde, más los bordes. Acomodar la masa en el molde y cortar el exceso. Pinchar unas 20 veces con un tenedor y cocinarla a 180ºC hasta que este cocida pero no dorada. Sacarla y dejarla enfriar. Colocarla en la heladera para enfriar por completo.

Paso 2: los huevos y la panceta

Batir los huevos, agregar un chorro de crema de leche y condimentar con sal, pimienta y nuez moscada.

Cortar la panceta en lardones, es decir en bastoncitos. Si son perfeccionistas los pueden blanquear : ponerlos en una cacerola, cubrir con agua fría y poner a hervir. Retirar y secar. Cocinar los lardones en una sartén sin agregar grasa (ya tienen), hasta que queden bien dorados. Pasarlos en papel absorbente para sacar el exceso de grasa.

Sacar la masa del a heladera. Disponer sobre la masa los lardones cocidos. Cubrir generosamente con la preparación de huevos y crema.

Cocinar al horno (180ºC) hasta que quede la quiche quede bien dorada.

Se puede comer caliente, tibia o hasta fría, acompañada por ejemplo con un mezclum de lechugas. Simple. Espectacular.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Los platos onda « brasserie », la felicidad al alcance del tenedor (1/5)



Hoy en día, la gastronomía parece ser a veces un poco perdida. La mediatización de los « chefs », que salieron de la sombra, nos aleja a veces de ciertas realidades. Trataré en otras notas de expresar lo que pienso del paisaje gastronómico de hoy. Pero hoy quiero iniciar una serie de notas-recetas. En Francia, la « brasserie » es un poco el bodegón porteño. Originalmente se trataba del lugar donde se fabricaba la cerveza. Hoy, la palabra también se usa para hablar de restaurantes de barrio, poco formales, donde se puede comer platos de comida sencilla y tradicional, y por supuesto tomar cerveza (o vino o lo que sea).

En este tipo de lugar, siempre te sirven los mismos platos, los clásicos de siempre. No son nada refinado, nada fashion, nada rebuscados. Sin embargo, estas comidas son pura magia. Te sirven tu plato, acompañado con las eternas papas fritas bien doraditas, y tu panza se pone a gemir. Hay hambre. Hay ganas de comer. La saliva está. La nariz responde al conocido olor de la carne grillada. En aquellos santuarios, nadie te habla de azota líquida o de agar agar. Y la espuma solo la cerveza la tiene. A menudo te agarran las ganas de comer algo rico, sencillo, y punto. Nada más. Comer. Sentir. Morfar. Tocar. Agarrar la salsa con el pancito. El universo de las “brasseries” tiene sus platos míticos, que te matan en el buen sentido de la palabra.

Estas maravillas, se pueden cocinar en casa. Obvio que no tendrás el ambiente de las mesitas con mantel cuadraditos blanco y rojo, no tendrás el “patron” que camina gritando entre las sillas, ni el mozo apurado, ni aquella clientela sencilla y contenta pero bueno. Darse el gusto, de vez en cuando, de cocinar un plato de estos para comérselo en familia, vale la pena.

Ahí va la receta numero 1 :

Tournedos au poivre, pommes de terre pont-neuf

Necesitamos :

-         1 medallón de lomo por persona
-         Pimienta negra
-         Crema de leche
-     Vino blanco
-         Papas
-         Grasa vacuna en buena cantidad, o aceite para freír
-         Sal
-         Si se puede algún fondo casero de buey sería ideal

(Este plato me enloquece. Se puede encontrar en algunos restaurantes de Buenos Aires, ya que se trata de un super super clásico que desde hace muchos años ha pasado las fronteras de Francia. Se sirve en todo el mundo. ¿Será realmente francés de origen ? La verdad ni estoy seguro y no me importa. Está riiiiiico.

El Tournedos, es un medallón de lomo que pesa entre 150 y 200 gramos, tiene más o menos 2 centimetros de espesor y se compra muchas veces envuelto en panceta (eso para permitir que permanezca redondo con la cocción). Aquí lo usaremos sin panceta.

Las papas « pont-neuf », son las clásicas papas fritas pero tienen que estar cortadas en bastones de dimensiones definidas : 1 cm de ancho y entre 4 y 5 cm de largo).

Vamos con la receta. Primero se procesa la pimienta. Directamente en una licuadora o usando un mortar. Se pega la pimienta sobre todo el costado del tournedos : es decir, hacemos adherir la pimienta sobre la carne cruda para que el medallón quede con un « cinturón » de pimienta negra,  sin poner nada sobre los dos lados del mismo. Se envuelve después cada medallón en papel film, y se guarda en la heladera.


Pelamos las papas. Las lavamos. Las secamos bien ya que la papa tiene mucha agua naturalmente, lo que no facilita la fritura (es una paradoja: la papa debe mucho de su éxito a las fritas pero a la vez no es un alimento muy adaptado a este modo de cocción). Las cortamos en bastones gordos, de más o menos 1 cm de ancho. Recomiendo no cortar en bastones demasiado prolijos. Por supuesto que el chef histérico que duerme en cada uno de nosotros los quisiera perfectamente rectangulares, pero en realidad las papas fritas están, en mi opinión, mucho más ricas cuando algunas tienen la puntita crocante. Cuestión de gusto.


Freímos en grasa de vaca. Como los Belgas. Eso es el secreto de la papa frita belga, conocida como la más rica del mundo. La grasa. Terrible para la salud, genial para el gusto. Ustedes eligen. Con aceite se puede también, pero en Argentina por suerte es fácil conseguir grasa entonces aprovechemos esta oportunidad de hacer las cosas bien (pesadas pero bien). Otro secreto: las papas fritas se cocinan en dos tiempos. Primero se « marcan », es decir que las cocinamos en fritura hasta que queden cocidas a dentro y a penas crocante por afuera (150ºC). A esta altura, están todavía blancas. Las sacamos de la grasa y las pasamos en papel absorbente para quitar el exceso de grasa.


En este momento se empieza con la carne. La sellamos de cada lado en un sartén, con un poco de aceite de girasol. O sea, doramos de cada lado, y salamos en cada lado una vez que está dorado. Después se termina la cocción de los medallón al horno, hasta el punto de cocción deseado (tendremos que volver a hablar de este tema en otra nota). En la sartén donde quedo algo de pimienta caída, y también algo de grasa suelta por la carne, “desglazamos” con vino blanco, y  agregamos fondo si lo tenemos, finalizamos con crema. Se deja reducir hasta obtener una salsa bien untuosa.

Se finalizan las papas fritas unos segundos antes de servir, pasando una segunda vez los bastones en la grasa, subiendo un poco el fuego (180ºC), hasta que se doren. Quitamos de nuevo el exceso de grasa con papel y salamos con sal fina. Nada de sal gruesa o de cristales marinos o “flor” de sal. La textura crocante, la papa frita ya la tiene. Es preferible la discreción de la sal fina a mi gusto.

Se presenta el plato con un medallón de lomo, la salsa por debajo o arriba (hay dos escuelas: los que no quieren tapar la linda carne con la salsa, los que quieren que se vea la salsa sobre la carne, nadie tiene razón, dejemos a otros el gusto de debatir), las papas fritas al lado. Bon appétit...

domingo, 28 de noviembre de 2010

Carlitos, o la tradición del lomito-estafa en BS AS (0/10)

Le tocó a Carlitos. Pero le podría tocar a cualquiera de estos seudo restaurantes porteños de 200 y pico cubiertos, con una carta focalisada sobre los lomitos, las pizzas y los panqueques.

Entonces quiero precisar unas cosas antes de empezar la masacre. Carlitos no es ni mejor ni peor que los demás. Es lo mismo. Un poco más caro que muchos por la ubicación avenida del Libertador al 6172 (tengo entendido que tienen otros locales, el horror se extiende) entre el Barrio Chino y el bajo Belgrano.

También quiero aclarar que fui a comer ahí (en realidad a pedir para llevar porque ni loco me siento en un lugar tan espantoso), por lo cual tengo que asumir la plena responsabilidad de mi acto de compra. Es más : de vez en cuando, está lindo comer un lomito de estos. Siempre te roban, siempre está feo, pero qué sé yo. Es como Mac Donald’s. Es una porquería pero una vez al mes, o más, se viene un no sé qué te da las ganas de bancartelo en lugar de ir en un restaurante de verdad. La calidad cansa a veces. Es como el cine : no se puede convivir siempre con Pasolini, Bergman o Kurosawa, y tiene que surgir en algún momento las ganas de mirar a Sam Worthington o Jason Statham salvando el mundo o piloteando un bolido en el sentido contrario de una autopista californiana (ahí el director importa mucho menos, claro).

Vuelvamos a Carlitos. Seré directo : $75 para dos lomitos, ni siquiera completos (lechuga, tomate, queso) y una botella de 1,5L de gaseosa. Nada de papas fritas, o de postre.

¿Estaba rico ? Lo de siempre : el pan industrial tradicional, la carne finita, la lechuga cansada, el tomate discreto y el queso gomoso. ¿Algo de salsa ? No, condimentarás con los sobrecitos de mayonesa o ketchup que te tiran en la bolsa.

¿El lugar está lindo ? Para nada, tiene esta luz agresiva tipo comedor de hospital, asientos bien feos y duros, la pantalla gigante para ver futbol, los mozos vestidos como payasos con el pantalón negro a rayas rojas y el gorro ridículo. La decoración, la onda, la ambitentación, no existen. La cocina, a la vista (¿porqué ? La deberían esconder), no tiene nada de cocina. Ahí, dos tipos corren para preparar, es decir calentar, aquellos panqueques cubertios de salsa trucha de chocolate, estos lomitos industriales, estas papas fritas congeladas, etc.

Las ganancias son tremendas : a los comensales, les dan de comer mierda con poco personal, y facturan lo que se suele pagar en un restaurante digno de llamarse restaurante (cocineros que cocinan, mozos que atienden, comida real y no quimica virtual...).

El tema es que está lleno. O casí. En la zona, tenés miles de opciones para comer mejor. Y más barato. Y no tendrás que esperar tanto para que te atiendan. ¿Entonces ? Entonces ahí está la maldita fiaca de la sencillez. El lomito. Las papas fritas. El gusto artificial. Estamos acostumbrados. Adictos. Entonces lo compramos y caro.

Creo que hay que tomar conciencia de esto y pelearnos. Comer en Carlitos, o en cualquiera de estos lugares iguales, es darle la razón a emprededores del rubro gastronómico sin verguenza. Hoy en día esta gente tiene más éxito que los pobres tipos que buscan ofrecer calidad y platos que valen lo que se cobra. No es normal. No es justo. Un lugar como Carlitos es un insulto para todas las personas que van a comer ahí. Nos tratan como si fueramos imbeciles. E imbeciles, somos ya que vamos.

Como consecuencia, les dejo una recomendación, que trataré de aplicar las próximas veces que se me vendrán las ganas de comer este tipo de lomito. Hay que responder a una sencilla pregunta, antes de empujar las puertas de semejante lugar : ¿realmente, no hay otra cosa ?

PD : un precisión no tan importante en el fondo, pero la quiero hacer igual : la atención en Carlitos es apurada, formatada por el sistema informatico, pero me tocó camareros amables. O sea, hasta en los peores lugares uno se puede encontrar con gente que tiene compromiso.

Carlitos
La dirección ya la dí, el teléfono no lo dejaré (los interesados masoquistas lo buscarán en la web)
Tipo de comida:
Precio: carísimo. De todas maneras, cuando no está rico, siempre es demasiado caro.
Mi recomendación: ¡no vayan! Si lo que se quiere es comer un lomito lamentable, hay toneladas de lugares más baratos...

viernes, 26 de noviembre de 2010

Manero (4/10)



En el Bajo Belgrano, si se sale del tradicional conjunto de restaurantes de Sucre y Figueroa de Alcorta, no hay muchas opciones para cenar. Este Manero, a dos cuadras de la manzana fatídica, que reúne locales “top” como el espantoso “Sucre” o el más interesante – pero caro -  “Bruni”, es una opción a tomar en cuenta. La propuesta está  manejada por Carlos Schuster, una figura conocida del universo gastronómico porteño...

El lugar es blanco. Dentro y afuera. Con un bar estadounidense alargado, mesas bien distanciadas, mozos bien vestidos. La ambientación es limpia, pero falta un no sé qué. En algunos momentos, te da la sensación de cenar en un crucero yankee de los años 80, navegando entre Boston y Le Havre.

A ver… ¿Está bueno o no? En síntesis, Manero multiplica las buenas intenciones, que es a su vez una gran ventaja y un defecto. Hacen un brunch los domingos, algo que todavía pocos restaurantes se atreven a hacer, y me parece excelente que algunos lugares empiecen a investigar este campo, tan agradable. Tienen una carta de vinos pensada, con opciones inteligentes (el vino está bien servido además). Hay un maître, encabezando un ejército de mozos que te reciben, simpáticos y bien formados. Te proponen visitar la cocina, una atención que tiene mucho sentido: los tipos confían en si mismo, en la limpieza y en el orden de la cocina. Te traen el “amuse bouche” con pan casero para facilitar la espera. El bar anda por ahí, también, con sus posibilidades de tragos y buena carta.

¿La cocina? Llega con un poco de todo. Encontrarán chipirones (bien), salmón, cordero braseado (zafa), asado al horno de barro (rico), a veces surubí. Ah y hacen sushi también. Y ceviche. Hem. La carta es un quilombo… La propuesta, además, no sigue demasiado las estaciones por lo visto. Pero en el plato, está cocinado, está simple, y está bastante rico. Los platos están bien realizados, los productos utilizados correctos. Los postres se dejan comer, pero ahí el intento para seducir fracasa un poco con estas velas eléctricas azules que colocan junto al tiramisú: esto se quiere “in” y es “out”. Un toque kitsch que no va con el lugar.

Ahí está el problema: ¿Cuál es la onda del lugar? Todo y nada. No tiene línea. No tiene definición. Ni la ambientación, ni la propuesta gastronómica que anda por todos lados, ni la carta de vinos, ni nada, acá, te da la sensación de cenar en un lugar coherente. Están perdidos, sin estilo, sin definición, y esto se siente. Pero tienen compromiso con los comensales, y cuidan la calidad. ¿Hay que ir? Tímidamente, diría que sí. Para ver si piensan precisar un poco este lío…

Manero
Monroe 899 – Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Tel: 4787-4848
Tipo de comida: ¿kitsch?
Precio: contar un poco más de $100 por persona para comer bien y con vino.
Mi recomendación: Probar el brunch, ya que tienen uno. Hay que alentar estas iniciativas. Y compartir sus comentarios con el equipo del resto para que puedan tener idea de lo que deben hacer para definir un poco mejor este lugar…

jueves, 25 de noviembre de 2010

Receta: Tiramisu de vegetales



Una entrada fresca para la temporada. Hoy en día, el tiramisu es un clásico que está muy de moda. En Europa, hasta se lo prepara con cualquier cosa, siguiendo la tradición de la “Nouvelle cuisine” de jugar con los nombres e ingredientes de los platos más tradicionales: así como se preparan “sushis de carne”, “tartares de pescados” o “sopas de melón”, el tiramisu ya no se elabora solamente con vainillas, café, crema a base de mascarpone y cacao amargo. En las cartas de muchos restaurantes, se ha vuelto una delicadez muy chic proponer un tiramisu de frutilla (tan común que llegó a cansar en Francia), a veces con un poco de albahaca, un tiramisu de peras, de manzanas, y a veces hasta salado, como lo presentó la antigua casa Lenôtre durante la pasada temporada primavera-verano.

En Argentina, esta manera de divertirse con los nombres no se observa demasiado. La mayoría de las veces, los chefs prefieren llamar un medallón de lomo “medallón de lomo” y una salsa blanca “salsa blanca”. Me parece bien. La verdad es que el jueguito de las denominaciones originales es un truco marketing, una técnica para diferenciarse que ya no diferencia nada ni nadie cuando se lo usa demasiado. Pero de vez en cuando, tiene el mérito de ser cómodo para explicar en pocas palabras de que se trata…

Necesitamos, para 4 entradas:

-         200g de mascarpone
-         10 cl de crema de leche
-         1 pimiento rojo
-         1 pimiento verde
-         1 berenjena
-         1 apio
-         1 zucchini
-         Un buen aceite de oliva
-         100g de harina
-         50 g de manteca
-         Unas hojas de albahaca
-         ½ diente de ajo
-         Sal gruesa
-         Sal
-         Pimienta negra

Cortamos en cubitos los vegetales. Los salteamos en una sartén con aceite de oliva, sal y pimienta.

Dejamos la manteca 15 minutos fuera de la heladera y la mezclamos con 100g de harina, usando las manos, hasta obtener una masa tipo “crumble” de textura arenosa. Salpimentar. Cocinar al horno hasta que quede bien dorado (180ºC), y dejar enfriar.

Preparar un seudo-pesto: procesar las hojas de albahaca con un poco de sal gruesa y el ajo,  agregar aceite de oliva hasta obtener una crema untuosa.

Batir la crema (tiene que estar bien fría) hasta obtener una chantilly (o sea hasta que este bien firme). Mezclar el mascarpone con un buen chorro de aceite de oliva (el elemento graso que reemplaza los huevos en la receta tradicional). Agregar la crema y salpimentar.

En unos vasos, disponer en el fondo la masa cocida y fría. Mojar con un poco de pesto y agregar cubitos de vegetales. Cubrir con crema y decorar, por ejemplo, con un poco de tomillo fresco. Servir fresco.





miércoles, 24 de noviembre de 2010

El Galpón: micro mercado orgánico

Este lugar ya no es un descubrimiento para los aficionados de los productos orgánicos. La experiencia arrancó hace más de 5 años, bajo la forma de una cooperativa juntando productores “éticos” que garantizan, a un precio “justo” (hay que entender “más barato que Jumbo o Carrefour” ya que la noción de justicia siempre es sumamente subjetiva), una calidad de producto libres de toxinas y explotación humana.

Ahí, la gente puede ir a comprar verduras, quesos naturales, leche no pasteurizada pero fresca, huevos y pollos de campo, aceite de oliva orgánica, licores orgánicos… El lugar, ubicado en el fondo de un pasaje, es pintoresco: casita amarilla, con una terraza par disfrutar de algún plato casero, una huerta al lado. Y dentro del galpón, las tienditas de cada productor socio, una atmósfera un poco “hippie” onda el Bolsón matizado de “bobo actitud” a la manera porteña.

Acá la gente y los cuerpos también son orgánicos: barbas y pelo largos, ropa casera con colores seudo-indios, collares étnicos, seudo-folklore, sonrisas beatas de personas encantadas de si misma y de su modo de vida tan humano y sano. La clientela es así, un poco too much. Un poco falsa. Un poco hipócrita. Claro que no estamos en el mercado de Liniers. Y ni siquiera el de Belgrano. En Buenos Aires, lo orgánico sigue siendo “fashion”. Es una muy buena razón para que más gente vaya a conocer este lugar que lo merece. Todo el mundo puede permitirse de vez en cuando este esfuerzo de conseguir algo un poco mejor.

Los comerciantes acá también son un poco hippie, aunque algo más auténticos que sus clientes. ¿Y qué? ¿Preferirían que la carne la venda un gordito amable y bigotudo con uniforme de carnicero como el de la esquina y no una mina con dread-locks, pantalones verdes y poncho machu pichu? Yo no: este lugar es de quién mojó la remera para crearlo. Hay demasiado pocos lugares así en Capital para quejarse. Los comerciantes de barrio podrían privilegiar la calidad también. Podrían seleccionar los productos. Podrían hacer pan de verdad con harina de calidad. O proponer pollos sin hormonas. O verduras sin pesticidas. ¿Cuantos lo hacen? El galpón orgánico lo hace, es digno de valorar.

Vamos entonces directo a los bifes: ¿vale la pena ir? Sí, obvio. Los precios, lo hemos dicho, son correctos. La calidad se discute un poco más en cuanto a ciertas mercaderías. Muy buenas las verduras: de estación, lindas, ricas, todo bárbaro menos el tiempo de espera ya que mucha gente ya conoce el lugar. Sin embargo es preferible bancarse media hora de espera que comer zanahorias artificiales. ¿Los quesos y lácteos? Recomiendo conformarse comprado solamente materia prima: leche cruda, yogurt, manteca. Los productos más elaborados (mozzarella, quesos aromatizados…) no son tan tan atractivos. Es que la materia prima es fundamental pero no lo hace todo. Un buen queso necesita experiencia, saber hacer, generaciones y cantidades de artesanos formados. Yo no sé hacer buen queso, los distintos productores del Galpón tampoco… ¿Los pollos de campo, las carnes? Buena, se puede confiar. Los aceites, los dulces, las especias? Probarlos. La miel orgánica de Paraná está exquisita.

Para resumir, hay que experimentar, dejarse tentar y probar de todo: tendrán muchas veces muy buenas sorpresas y a veces algunas decepciones (los licores). No pasa nada. Su dinero está bien utilizado: apoya gente que lucha para la Causa. Mejor comida, mejor mercadería, mejores precios.

El Galpón
Federico Lacroze 4171 (el galpón amarillo que se ve bien al fondo de la calle empedrada)
Abierto los miércoles de 9 a 13hs y el sábado de 9 a 18s
Mi recomendación: ojo con el pollo y los lácteos. A veces no queda si se llega tarde.